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EXPERIENCIA CUBA: ¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!

9:05 Luna 0 Comments Category :

“Aquí estoy sentada, en un balcón de la Habana
Frente a un mar irreal, tan tranquilo como la ciudad
En la tierra del calor eterno y atardeceres de fuego
Donde la brisa acaricia sin prisa, ¡qué buena vista tengo yo”
Llegar al aeropuerto José Martí y sentir el cambio -no tan brusco- de clima, un calor denso que te recibe y te da de lleno en todo el cuerpo, caminar, recorrer escaleras leyendo el letrero de inmigración en 3 idiomas distintos, intentando tomar video –hasta mental- de lo que veía porque como dijo mi mamá “por aquí no volvemos a pasar” una frase que bien podría ser material para un texto existencialista, un poema, un artículo… En todo caso no es textual, mi memoria no da para tanto así que ¡Dios bendiga las cámaras de video!

Y divago, pero luego me doy cuenta que es el sentimiento que me produce la ciudad, ante la vista de un mar taMonumento a José Martín tranquilo, tan Atlántico pero tan pacífico, los pensamientos parecen flotar como una película fluyendo con la corriente, pasando del anterior al siguiente. Veo partes del mar que son como caminos ¿quién los deja? ¿Quién los sigue?

La habana es una ciudad en la que se respira historia y brisa de mar. Cada edificio, cada calle susurra un acontecimiento que te hace viajar en el tiempo y curiosamente esperar por más. Casas de colores, edificios tan altos como en las grandes ciudades, gente que ríe y un sentido de pertenencia tan propio como el de quien sabe que tiene algo valioso.

La experiencia de caminar por las calles del centro histórico y observar las construcciones, las plazas, los artistas, los cantantes que te siguen guitarra en mano cantándole a tu país, cualquiera que sea; en mi caso Colombia, la tierra donde está Cartagena, Buenaventura, Barranquilla y de Carlos Vives de la gota fría- que el cantante audazmente quería calentar- del América de Cali… Es indescriptible. Aunque en ese momento el intenso sol fatigaba y lo que la ciudad me daba en historia el sol me lo robaba en líquido.

Pero la comprensión o la dimensión de saber que estaba en otra parte, de estar en Cuba, de estar en la Habana, me llegó al estar en la Plaza de la Revolución, ver ese monumento blanco al héroe de esa patria, gracias a quien bautizaron el aeropuerto, verlo elevándose alto a varios metros y tan imponente, impecable; estar en esa plaza donde Juanes –junto a otros artistas- realizó el concierto Alas, donde se han pronunciado discursos históricos, rodeada de edificios con el rostro del Ché, Camilo Cienfuegos; fue en ese momento que mi cerebro gritó ¡Parce, estás en Cuba!

Y aquí estoy, y para el momento en que transcriba esto, será “ahí estuve”. En el país socialista, el país de la salsa, del sol del fuego, de la gente que se lanza a las aguas del mar en el Malecón.

Un país de turismo, donde se ve la risa, se oye el hablado sabrosón que solo quienes viven cerca del mar tienen, donde te quieren meter su cultura por los ojos, donde se regatea y en la única parte que he visto hasta ahora, donde vende maní cantando (¡Maní!) Oiga en Cuba todo el mundo canta.

Cuba representó mi despertar de mis ideas preconcebidas y ¿prejuiciosas tal vez?, del creer lo que todos dicen, también mi reencuentro con el Atlántico, Atlántico de aguas azul claro que se perdía más allá del infinito y estoy segura de que algunas otras cosas más que por estar en este presente sin necesidad de pensar en nada más no noto. Pero inevitablemente te trabajan a un nivel interno.
A mitad de año el sol se oculta al rededor de las 8 PM.
Y así fue, estuve en Cuba, en la Habana, donde -como dijo el guía- tienen el bar más grande: siete kilómetros de Malecón, que para mí se extienden es hasta el infinito, en los que por la noche la gente pone la alegría, la noche las luces, y el mar es el bar tender.

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